martes, 21 de julio de 2009

Mi primera misión

Cuando trabajaba para una ONG de ayuda humanitaria tuve la oportunidad de ver la miseria humana en su máximo esplendor; palpar el alcance enorme de la solidaridad y a la vez llorar amargamente ante la insondable impotencia de no poder hace nada. Allí, viví demasiadas cosas que espero contarles.

A la semana de ingresar a mi nuevo trabajo me asignaron mi primera visita: apoyar a una misión médica en la frontera. El viaje comenzó en la noche y culminó en la madrugada. Generalmente nunca uso el uniforme institucional ya que la gente siempre piensa que soy doctora y yo de medicina no sé nada. Lo único, que medio mal sé, es de letras.

Al llegar vi como las personas del lugar se encandilaban por una simple mirada o por si esta no existía. Sin dudarlo sacaban su puñal y ajustaban cuentas. La palabra no llevaba el ritmo de la vida sino que eran el grito y la violencia las leyes del lugar. Yo tenía tanto miedo, pero tanto miedo, que nunca me saqué el uniforme.

Realismo mágico en la jungla

Luego, aún en la madrugada, desayuné un enorme plato de gallina y nuevamente, comenzó el viaje, de más de cuatro horas, rumbo al punto cero. En el camino una voz de mando dijo sin dudar “a la cuenta de tres todos salen del auto”. Pero qué pasa, me decía asustada en mi cerebro. “Una, dos”, y al “tres” todos ya estábamos afuera mientras atónitos mirábamos como la camioneta que nos transportaba se caía hacia un lado del camino pero en cámara lenta. Luego todos la empujamos pero ya no hubo componte. Caminamos y caminamos, y gracias a un milagro, paso otro carro. Cargamos el equipo y partimos. En el lugar había una espesura enorme por donde los rayos del sol se filtraban. Árboles por todos lados. Unos gordos otros flacos, pero todos árboles. Un verdor relajante. Y entre todo, de repente... de la nada, una como choza tomate. En medio de la nada, pero en medio de la absolutamente nada estaba esa choza.

¿Y qué es eso? pregunté. Todos, me miraron con cara de “qué ingenua”. ¿Qué es eso?, volví a preguntar. Eso es un chongo (prostíbulo), me dijo el más antiguo entre risas. ¿Cómo que un chongo? Un chongo en la nada. ¿Cómo es eso, y los clientes?... dije atonita. "Los clientes son tantos como todos los árboles que ves aquí" me respondió, sin dudar.
Esa choza era como una especie de circo que recorría toda la espesura llevando felicidad, placer y dicha, según me decían de pueblo en pueblo. Algo que nunca había visto tan sólo en la realidad mágica de Gabriel García Márquez y sus 100 años de soledad.
Continuará…

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